‘Políticamente Incorrectas 2’. Capítulo 1

decir-la-verdad

Pretendía hacer esto más adelante porque su publicación no será posible hasta finales de año y son muchas las comas que pueden variar hasta entonces. Pero hoy es mi cumpleaños, tres décadas y media, y he pensado: ¿Por qué no celebrarlo de un modo especial con todos vosotros?

Así que aquí está, el primer capítulo de Políticamente Incorrectas 2. O por lo menos su versión preliminar. Disculpad las tabulaciones. WordPress se vuelve loco para identificar el código cuando copio y pego el texto. Espero que os guste (y os deje con ganas de más).

Podéis encontrar la primera parte aquí:

Políticamente Incorrectas 1

Y la segunda parte ya está publicada aquí: Políticamente Incorrectas 2 (link agregado en septiembre 2015)


CAPÍTULO

UNO

DE UN MOMENTO A OTRO puede cambiarle a uno la vida. Es algo que preferimos ignorar, esa idea de que todo lo que nos parece seguro y estable se puede evaporar en un segundo. Uno prefiere creer que la vida es un camino de único sentido, dócil y de trazado amable, que nada ni nadie puede alterar. Pero a veces resulta imposible seguir dando la espalda a la realidad, especialmente cuando tienes un municipio entero que depende de ti.

            La alcaldesa Esther Morales entró aquella mañana en el Ayuntamiento de Móstoles con las pestañas pegadas y los ojos ligeramente hinchados. Había puesto mucho afán en maquillarse, y su cara no traslucía mayores signos de somnolencia, pero últimamente todas sus noches eran así, plagadas de sueños y pesadillas imposibles de descifrar, como si cada vez que cerrara los ojos se precipitara por un profundo acantilado del que le costaba salir cuando empezaba un nuevo día. Al pasar de largo la Concejalía de Cultura, pensó si sería posible cambiar la chillona melodía de su despertador por otra un poco más agradable que no le provocara una arritmia cada vez que se despertaba. Tendría que llamar a su hijo Luis para preguntarle cómo hacerlo.

            El interior del Ayuntamiento de Móstoles estaba despertando a su trajín diario. Esther solía ser una de las primeras en llegar y de las últimas en salir. Tenía tanto trabajo pendiente que a veces incluso olvidaba saludar a los funcionarios a su entrada, concentrada como estaba en recitar mentalmente su agenda diaria. Este hecho inexcusable le estaba granjeando enemigos sin proponérselo, pero esa mañana recordó que debía ser más empática con sus compañeros de trabajo y despachó un par de sonrisas y saludos mañaneros mientras se dirigía a las dependencias de la Alcaldía.

            Carmen, la secretaria, ya estaba en su puesto de trabajo cuando abrió la puerta. Intercambiaron un buenos días de lo más rutinario y Esther advirtió complacida que Carmen ya tenía un café humeante en la mano, negro, como a ella le gustaba, dos terrones de azúcar disolviéndose en su interior. La secretaria le tendió la taza y la alcaldesa la recogió casi al vuelo, taconeando hacia el interior de su despacho.

            —¿Qué tenemos para hoy? —le preguntó despistada, mientras metía la mano en el interior de su cartera de documentos y sacaba un grueso fajo que cayó sobre la mesa con un ruido sordo.

Esther suspiró con cansancio. La montaña de papeles no disminuía aunque pasaran los días. Esa mañana, si no recordaba mal, tenía una reunión con unos empresarios y después una junta de gobierno.

            —Los de la Asociación de Hosteleros llegarán a las nueve —recitó Carmen casi de memoria, aunque con los ojos posados en aquella agenda que iba rellenando meticulosamente con el devenir de los días—. Tu abogado llamó ayer, te habías ido.

            —Lo sé, me llamó después al móvil. ¿Algo más?

            —Y acaban de llamar del gabinete de Presidencia.

            Esther arqueó una ceja en señal inequívoca de peligro.

            —¿De Presidencia? —preguntó, incrédula. Carmen solo asintió, comprendiendo la sorpresa de la alcaldesa—. ¿Y qué querían?

            —Invitarte de manera personal a la próxima reunión que hay en la sede provincial del partido. Es por las elecciones municipales. Dicen que como no has atendido a las anteriores…

            El silencio quedó suspendido en el aire como un incómodo visitante inesperado. Esther se mordió el labio inferior inconscientemente. Por supuesto, tras su última reunión con Diego Marín, el presidente del partido y ahora ya de la Comunidad de Madrid, invitación no debía ser tomada como tal, sino más bien como orden. Pero razones no le faltaban, era cierto que no había acudido a ninguna de las reuniones en la sede provincial para tratar sobre las inminentes elecciones municipales. Eso ya de por sí era inexcusable. Esther sabía que su tiempo estaba llegando a su fin y que tendría que acudir a esta reunión por más que la idea precipitara una sensación de vacío en la boca de su estómago.

            —¿Era Juan Devesa quien llamó?

            —Sí, es un muchacho muy amable.

         —Sí que lo es —replicó Esther de manera ausente. Había tratado poco con él, pero este periodista del gabinete de Presidencia era con el único con quien no le importaba hablar. Si hubiera estado ya en el despacho, habría atendido la llamada personalmente—. ¿Y cuándo es la reunión?

            —La próxima semana, el jueves. Dicen que es importante que vayas.

            —Sí, lo entiendo. Anótalo en la agenda, Carmen, hazme el favor.

            Carmen asintió en silencio. Se dio media vuelta comprendiendo que su primera visita del día concluía ahí y ya se estaba dirigiendo a la puerta cuando pareció recordar algo que le hizo girarse de nuevo.

            —¿Debería llamar a Lara? —le preguntó entonces, la expectación reflejada en su cara.

            Esther no pudo reprimir la tímida sonrisa que empezara a dibujarse en sus labios. Lara… el simple recuerdo de la experiodista de Diego Marín conseguía sonrojarla como una colegiala. No obstante, guardó las formas lo mejor que pudo, carraspeó imperceptiblemente y se plisó la falda que llevaba puesta aquella mañana.

            —No te preocupes, de eso me ocupo yo. Gracias —contestó con fingida tranquilidad, sentándose con manifiesto cansancio en el sillón.

            Había sabido poco o nada de la periodista en los últimos meses. La relación entre Lara y ella había subsistido a base de un par de llamadas rápidas para cerciorarse de que su acuerdo seguía en pie, de que trabajarían de nuevo juntas llegadas las elecciones municipales, y otros tantos mensajes en los que debatieron algunas cuestiones espinosas que habían surgido en el devenir de la rutina municipal en Móstoles. Pero eso era todo.

Esther tenía la certeza de que Lara la evitaba, como si no deseara ahondar en la relación que mantenían, y no la culpaba por ello. Cada vez que recordaba la última noche que estuvieron juntas en su casa, sentía que se ruborizaba, y rápidamente se obligaba a apartar de su mente los recuerdos de aquellos besos urgentes. Suponía que a Lara le sucedía exactamente lo mismo. Tal vez por ello, todo lo que sabía de la periodista era a través de Carmen, la secretaria, que sin proponérselo se había convertido en una suerte de correveidile que la informaba puntualmente de la relación que Lara mantenía con su sobrina María. Cuando lo hacía y le contaba historias banales como la vez que habían ido al cine las tres juntas, o esa otra en la que la pareja cenó en su casa, Esther se limitaba a escucharla atentamente, fingiendo una calma que no sentía, cuidándose mucho de emitir cualquier juicio de valor al respecto. Asentía, sonreía y hacía comentarios superfluos pero positivos si es que la ocasión lo requería. Pero nada más. Lo último que deseaba era que Carmen empezara a dudar sobre la naturaleza y motivación de su relación con la periodista.

Mentiría si dijera que no ardía en deseos de saber más de Lara, pero, por el momento, esta era la realidad que ambas se habían impuesto, una relación que se ceñía a lo estrictamente profesional. Tenía pocas noticias sobre a qué se dedicaba Lara esos días, si estaba bien con María o si tenía problemas para pagar su abultada hipoteca. En una ocasión se sintió tentada de llamarla para ofrecerle un puesto temporal en el Ayuntamiento, tal vez como jefa de prensa, para ir preparando el terreno de cara a las elecciones, pero incluso entonces comprendió que eso habría sido tensar mucho la cuerda. Tal vez Lara ya tenía un trabajo en el que ocupar sus días y con el que adquirir un sueldo decente. Quizá si la llamaba lo interpretaría como limosna por su parte, una suerte de pago en compensación por los problemas que le había causado durante su periplo en Móstoles, cuando perdió su empleo como jefa del gabinete de prensa de Diego Marín prácticamente por su culpa. Así que Esther tomó la determinación de dejar que fuera Lara quien la contactara cuando estuviera preparada, algo que, para su decepción, no había sucedido realmente, al menos no como a Esther le hubiera gustado.

Ella había intentado posponer el momento de llamarla tanto como le había sido posible. No obstante, ahora ya no podía prolongarlo más. Se sintió repentinamente nerviosa ante la perspectiva de tener que llamar a Lara. Tendría que decirle que el partido requería su presencia. Tendría que recordarle que su acuerdo seguía en pie, que las elecciones municipales estaban a la vuelta de la esquina y necesitaba su ayuda.

Esther se revolvió con inquietud en su sillón de la Alcaldía. Se trataba de un asiento cómodo, un poco gastado en los bordes, seguramente por la cantidad de traseros municipales que previamente lo habían ocupado, y aunque al principio se sintió absurda allí sentada, como si aquel lugar no le correspondiera realmente, ahora ya estaba empezando a acostumbrarse. Tamborileó los dedos de uñas perfectamente pintadas sobre la mesa de madera, dejándose llevar por su corriente de pensamientos. Cuánto habían cambiado las cosas en los últimos meses. Cada vez que recapacitaba sobre ello, tenía problemas para creerse que esa era su vida ahora.

La última noche, aquella en la que decidió dejar para siempre a su marido y pedirle el divorcio, Esther salió de su casa arropada por la oscuridad de la noche sin echar la vista atrás. Se llevó solo lo imprescindible. Un par de maletas que ya tenía metidas en el coche cuando Quique llegó a casa, maquillaje, el secador y poco más. Cuanto más ligero fuera el equipaje, antes conseguiría dejar atrás todos los pesos que lastraban su vida. O, al menos, así es como lo percibió Esther en aquel momento.

Llevaba unos meses residiendo en un coqueto aunque pequeño apartamento que había alquilado en el centro de Móstoles. Era más que suficiente para una persona sola. Tenía una habitación para invitados, por aquella absurda pero previsora idea de que a lo mejor algún día sus hijos se quedarían en ella. No se trataba de gran cosa. Pero estaba limpio y los muebles eran nuevos, a Esther le llegaba con eso. No obstante, por razones que no acababa de comprender, todavía le costaba hacerse a la idea de que aquella era ahora su casa. A veces incluso se encontraba a sí misma con la mirada perdida en ningún punto concreto. Miraba a su alrededor y lo veía entonces todo ordenado. No había cajas ni maletas, nada que le pudiera sugerir la engañosa certidumbre de que se trataba de un arreglo temporal. Cierto era que había dejado a Quique sin vuelta atrás. Sin ningún atisbo de remordimiento. Y por supuesto, sin ceder un solo milímetro a las protestas de aquellos que no estaban de acuerdo con su decisión. Pero estaba demasiado acostumbrada a los lujos de su chalet de urbanización privada. A despertarse con el canto de los vencejos que revoloteaban en torno a los árboles del jardín. A la voz en grito de sus hijos, Patricia y Luis, las veces que regresaban a casa de su estadía en universidades extranjeras, e incluso al sonido de la aspiradora cuando la muchacha la pasaba con brío por encima de alfombras, escaleras y tarima flotante.

En esas ocasiones en las que la inquietud la embargaba se repetía a sí misma, como un mantra, mensajes del tipo: “Fueron doce años residiendo en esa casa, ¿qué esperabas?” o “Y casi veinte de matrimonio”, y de esta manera conseguía calmarse, razonar, volver a centrarse en lo que verdaderamente importaba. Pero habían pasado ya varios meses y todavía le costaba creer que esa mujer a la que veía todas las mañanas frente al espejo fuera la misma que había tomado la decisión de trastocar su vida por completo.

Esther había pasado de tener una existencia cómoda, casi perenne, en un chalet de los aledaños de Móstoles, a verse a sí misma en un pequeño apartamento de soltero, sin compañía ni ayuda de nadie. A menudo se olvidaba de ir al supermercado y sobrevivía con los pocos víveres que conseguía encontrar en las desnudas alacenas de su cocina. También había perdido bastante peso en los últimos meses, al menos el suficiente para lucir ahora una cara más afilada, carente de la lozanía que la caracterizaba, y verse además en la obligación de ir de tiendas para no dar una imagen pésima en el Ayuntamiento. A las faldas empezaban a sobrarle dedos y los pantalones ya no los llevaba tan ceñidos como solía. Hasta los zapatos parecían quedarle más anchos de un tiempo a esta parte. Un cambio de vestuario resultaba imperativo y, sin embargo, las horas del día parecían encogerse como un jersey lavado erróneamente a temperatura muy alta. Ahora Esther fregaba, cocinaba y ordenaba su casa sola. Ni siquiera había tenido tiempo de contratar a una muchacha que la ayudara con las tareas domésticas. Tareas que, además, compaginaba con sus múltiples obligaciones y quehaceres.

Por un lado, tenía a su abogado, un profesional de gran reputación que la llamaba de manera continuada para comunicarle los pasos a seguir durante la demanda de divorcio. Quique y ella nunca habían hecho separación de bienes y esto resultaba un problema añadido. Como si se tratara de una calculada represalia, su exmarido no parecía dispuesto a ceder ni un ápice del patrimonio acumulado mano a mano durante veinte años. Le reclamaba la casa, los terrenos, las tarjetas de crédito, los ahorros, los coches y, a poco que se despistara, en su demencia particular llegaría a reclamar la custodia de unos hijos que ya eran mayores de edad. Menuda locura.

Había, además, otros asuntos personales que la inquietaban y demandaban su permanente atención. Sin ir más lejos, la insistencia de su madre, que se empeñaba en hacerle la vida un poco más difícil si acaso. Tenía dos llamadas perdidas suyas. La noche anterior se había negado a atenderlas. Su madre, la misma que durante más de cuarenta años apenas se preocupó por los deseos reales de su hija, ahora se había autoproclamado como mentora y psicóloga, un papel que Esther se negaba a darle. Llamaba con insistencia para recordarle que estaba cometiendo un tremendo error, que Quique era un buen partido, que todos los matrimonios atravesaban malos momentos porque ella, por ejemplo, había tenido sus rifirrafes con su padre cuando él se “confundió” (así lo dijo) con una de sus secretarias. A Esther nada de esto le importaba realmente. Prefería pasar por alto sus llamadas y derretirse el cerebro con cualquier reality show que pusieran en la televisión. Estaba cansada de escuchar la misma cantinela a diario. Su madre no quería entender que la decisión estaba tomada, que no se trataba de un capricho que hubiera tenido de la noche a la mañana y que a Esther le importaba bien poco lo que dijeran sus compañeros de partido o los vecinos acerca de su divorcio.

En lo relativo a este tema, lo único que realmente le preocupaba era la opinión que tuvieran sus hijos. Había intentado posponer la charla con ellos tanto como le había sido posible. Luis y Patricia estaban en la universidad, y le resultaba descorazonador, falto de tacto incluso, llamarles por teléfono para decirles que su padre y ella habían decidido tomar caminos separados. Pero al final no fue posible mantener un encuentro con ellos.

—¿Qué está pasando, mamá? Llamo a casa y nadie responde. O solo responde papá. ¿Va todo bien? —le dijo Luis al cabo de unos pocos días de su separación. Esther se había ido de casa y su hijo insistía en llamar al teléfono fijo, algo que ella, por las prisas, no había previsto.

Esther atendió la llamada a su móvil desde la habitación de hotel en la que residía entonces. Bajó el volumen del televisor y suspiró imperceptiblemente, con la incómoda sensación de que había llegado el momento de sincerarse con su primogénito. Qué difícil le resultaba.

—No ocurre nada, cariño —le mintió, mordiéndose el labio inferior con nerviosismo, aferrada a la engañosa certidumbre de que Luis no percibiría el leve temblor en su voz. Pero su hijo resultó ser un muchacho muy perspicaz.

—Mamá, por favor. Sé que está ocurriendo algo. Lo sé, no me mientas.

Esther cerró los ojos con fuerza y apretó el auricular de su móvil contra la oreja. Desde hacía algunos días sentía una especie de peso que comprimía su pecho cada vez que hablaba con sus hijos. Era culpa. No, mentira. Se trataba de puro miedo, un terror que la desnudaba metafóricamente cada vez que contestaba a sus llamadas e intentaba fingir una normalidad inexistente.

—De acuerdo, tienes razón —afirmó rindiéndose, abriendo los ojos, la mirada perdida en la pantalla del televisor en donde un famoso de medio pelo estaba explicando las maravillas de un producto publicitario—. Sí que está ocurriendo algo. Tu padre y yo vamos a divorciarnos. Pero no quería decírtelo por teléfono. Lo entiendes, ¿verdad?

Luis guardó silencio al otro lado de la línea. Casi podía imaginárselo. Su pelo, un poco largo, cubriéndole parte de los ojos. Luis siempre lo llevaba despeinado dándole un aire de rebeldía universitaria que probablemente perdería al cabo de los años. No era ya un niño, pero tampoco un hombre y, sin embargo, tenía ya la mesura necesaria para tratar estos temas delicados. Tal vez a eso atendiera su repentino silencio.

—Comprendo —dijo entonces su primogénito, sin más rodeos. Ni protestas ni pataleos. Luis era un muchacho inteligente, seguramente ya había advertido la tensión que existía entre sus padres—. ¿Estás bien? ¿Quieres que vaya?

—Estoy bien. —Esther suspiró con alivio. No había sido tan difícil, después de todo, aunque la buena reacción de su hijo no hubiera sido suficiente para sacudirse la desazón que habitaba en sus entrañas—. Tu padre se va a quedar en casa por el momento, por eso no has podido encontrarme allí.

—¿Y tú dónde vas a vivir?

—Ando buscando algo para alquilar. Por ahora estoy en un hotel.

—Joder, vaya mierda —exclamó Luis—. Puedo ir la semana que viene, si quieres. No me importa perder clases.

—No —replicó Esther, tajante. Lo primero eran los estudios de sus hijos y una visita no iba a cambiar la situación entre Quique y ella—. Tú tienes que estar centrado ahora en tu carrera. Ya hablaremos más adelante, cuando tengas vacaciones, a ver cómo lo hacemos.

—Como quieras, aunque yo creo que debería ir. Me quedo preocupado.

—Pues no lo estés, no hay motivo alguno. Es una decisión meditada, y tu padre y yo estamos bien —afirmó aun a sabiendas de que no tenía ni idea de cómo se encontraba Quique. En aquel momento charlaban por mediación de sus abogados y de notas que se dejaban sobre la encimera de la cocina siempre que Esther iba a recoger algo a la casa.

—¿Lo sabe ya Patri?

—No, tu hermana todavía no sabe nada. Supongo que se lo diré ahora que ya lo sabes.

—Déjame que se lo cuente yo primero —propuso Luis con afán conciliador. Ambos sabían que su hermana era quien peor encajaría la noticia. Siempre había tenido una imagen excesivamente romántica de las relaciones maritales y tal vez ayudaría que su hermano fuera preparando el terreno—. Yo sé cómo hablarle.

—Vale, como quieras. Pero no olvides avisarme cuando se lo cuentes.

Ni siquiera hizo falta que Luis la llamara para anunciárselo. Patricia no tardó en ponerse en contacto con ella inmediatamente después. Su hija estaba afectada. Le notó la voz temblorosa, como si hubiera estado llorando minutos antes o tuviera unas ganas irrefrenables de hacerlo. No obstante, su reacción no fue tan deprimente como Esther previó. Patricia se limitó a decirle que estaba consternada, triste, decepcionada, pero que podía entender sus motivos. Ella también los había visto mal las últimas veces que había estado en casa.

—Quiero que estés bien y te voy a apoyar en todo lo que necesites. Te quiero, mamá —le dijo con tal ternura que Esther no pudo contener las lágrimas agolpándose contra sus párpados.

Anheló en su fuero interno que esa frase fuera cierta, que la afirmación se aplicara a todos los ámbitos, incluso al más espinoso de todos, cuando sus hijos descubrieran que a partir de entonces, si su madre volvía a compartir su vida con alguien, sería irremediablemente con una mujer.

            Pero ese sobresalto podía esperar. Allí y ahora a Esther solo le preocupaba que los cereales que masticaba con hastío cada mañana no estaban en su mejor estado. Y que sus obligaciones como alcaldesa del Ayuntamiento de Móstoles se amontonaran día tras día en forma de papeleo sobre la mesa en la que tenía apoyados los codos ahora. Dio un sorbo despistado a su café recordando todos los plenos a los que debía asistir, las actas por firmar, los acuerdos por sellar y las calles por inaugurar. Por supuesto, a todo esto había que sumarle el manifiesto nerviosismo que flotaba en su entorno de trabajo y que le resultaba imposible ignorar. Sus concejales estaban inquietos, preocupados por los datos que arrojaban las encuestas de intención de voto. Las elecciones municipales se encontraban a la vuelta de la esquina. Esther sentía escalofríos cada vez que veía los días pasar, acercándose con temeraria celeridad a la fecha señalada.

Tras su enfrentamiento con Diego Marín, eran muy pocos los que apostaban por ella para revalidar su cargo de alcaldesa en los comicios venideros. Ahora Esther Morales era una suerte de proscrita, alguien indeseable para el Partido Liberal por haberle echado un pulso a su presidente. Todos esperaban verla caer de manera estrepitosa y tal vez obtendrían su deseo, ya que el electorado no parecía haber olvidado los desmanes de su antecesor, Francisco Carreño, y la intención de voto estaba fluctuando peligrosamente hacia otras opciones políticas. A decir verdad, a Esther ni siquiera le sorprendería que sus propios compañeros de partido le pusieran zancadillas para quitársela de en medio. Tenía que estar en guardia y para ello necesitaba a la mejor de los guardaespaldas. A la mujer que admiraba como persona y como profesional. Esa, sin duda, era Lara Badía, una periodista curtida en embrollos políticos, que había crecido bajo el ala del partido y que no dudaría en quitarse a los veleidosos de en medio si intentaban arruinar la carrera política de Esther.

            Pensar en todo ello resultaba agotador y estaba agotada, pero por alguna razón Esther se sentía más viva que nunca. Libre. Suya como nunca lo había sido. A veces se descubría a sí misma tarareando alegremente alguna vieja melodía mientras removía los espaguetis de la cena. O sonriendo sin motivo alguno incluso cuando se quedaba varada en un atasco a la entrada de Móstoles. Ni las preocupaciones ni el cansancio habían conseguido mermar sus ansias de libertad, ese momento perfecto en el que se descubría con todo el tiempo del mundo para ella, con la potestad de tomar las decisiones que quisiera, fueran correctas o erróneas. Se sentía libre por primera vez en la vida y era un sentimiento verdaderamente maravilloso, suficiente para lidiar con las pesadillas nocturnas, la delgadez y las preocupaciones anexas a la situación inestable con la que lidiaba. Hoy sin falta llamaría a un servicio de limpiadoras para que le enviaran a alguien, decidió mientras daba el último sorbo a su café. Y después llamaría a Lara, porque ya no podía posponerlo más, porque no quería posponerlo más.

Posó la taza sobre el escritorio y extendió el brazo para pulsar el botón del intercomunicador.

            —Carmen.

            —Sí —respondió solícita la secretaria desde el despacho que daba entrada a la Alcaldía.

            —Ponme con un servicio de limpiezas, que necesito ayuda en mi casa.

            —Claro, ahora mismo te paso. Tengo una amiga que gestiona uno en el centro. ¿Te vale con ese?

            —Sí, alguien de confianza sería perfecto —replicó Esther, mordiendo con nerviosismo el final del bolígrafo que sostenía con una mano.

            —No hay problema. Me pongo en seguida a ello.

            —No, espera. —Esther sonrió. Acababa de cambiar de idea. O al menos, del orden de las tareas que se había propuesto acometer ese día—. Pásame con el servicio de limpieza después. Ponme antes con Lara Badía, por favor.

            —Claro. Ahora mismo.

            La voz de la secretaria se evaporó del intercomunicador. Esther se reclinó sobre el respaldo del sillón, concediéndose el primer momento de paz del día. Esperó unos segundos con una sonrisa pintada en los labios, tranquila, relajada, deseando tener otro café bien cargado entre las manos. Casi estuvo tentada de levantarse y servirse otro, pero no lo hizo. Esperó pacientemente hasta que la luz del intercomunicador se encendió de nuevo para comunicarle que tenía una llamada. Con una sonrisa todavía más amplia que la anterior, Esther descolgó el teléfono y escuchó la voz que tanto había anhelado escuchar durante todos esos meses:

            —Lara Badía, ¿dígame?

26 pensamientos en “‘Políticamente Incorrectas 2’. Capítulo 1

  1. Emma, muchas gracias por este regalo el día de tu cumpleaños (muchas felicidades, ojalá hayas tenido el mejor de los días). Con este avance ya nos dejas mas que claro que la continuación va a ser tan pero tan buena como la primera parte. Haz traído un soplo de aire nuevo con tu libro, ojalá y sigas trayéndonos más. Que larga espera tendremos hasta fin de año…Te mando un saludo. Vero

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    • Hola, Vero: muchas gracias por haberte pasado por aquí y por tus preciosas palabras. No sabes el ánimo que me da eso para seguir escribiendo. Confío en que lo que está por venir también sea de tu agrado. Un saludo muy cariñoso.

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  2. Emma gracias por este primer capitolo , eres un poco traviesa porque ahora a esperar hasta finales de 2015 para saber lo que pasara . Felicidades por tu natalicio pasalo super bien

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  3. Que ganas de más!!!!! Eres una bruja no nos puedes dejar así!!!!! Jajaja
    Enhorabuena por el comienzo, esto promete y mucho. Suerte con el lanzamiento.
    Aquí tienes una lectora para toda la vida. Un abrazo.

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    • Jajaja. Gracias, Mariam. Bruja es mi segundo apellido 😉 Lamento tener que dejaros así. Yo por mí pondría más capítulos, pero no estoy segura de que se vayan a quedar tal cual. Es muy probable que en futuras ediciones cambien, así que, por lo pronto, esto es todo lo que puedo darlos. Me alegro mucho de que te haya gustado.

      Gracias por leer.

      ¡Un abrazo!

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  4. Emma, felicidades!!!! Por tu cumple y por esta prueba de lo que viene! Gracias por esas bonitas historias, se que este sera igual de bonito. No dejes de escribir por favor, seria un castigo muy grande para los que te admiramos!
    Un fuerte abrazo y deseándote muchos mas!!

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    • Hola, Leydi, perdona por el retraso en la respuesta. A veces soy un poco despistada. ¡Muchísimas gracias por tus palabras! Espero poder escribir más y mejor en el futuro. Un fortísimo abrazo para ti también.

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  5. Muchísimas gracias por el adelanto de tu nueva novela. Es siempre emocionante poder ver las Ecografías de un nueva vida. Me encanta el retrato de la nueva Esther, fuerte y luchadora para arrancarse la coraza, con mucho dolor, sí, pero necesario para dejar salir un corazón renovado y esperanzado, para reinventarse y reordenar sus prioridades. Creó que la espera hasta finales de año valdrá la pena. Un saludo.

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    • ¡Hola, Mónica! Mi despiste es tan grande que por poco se me olvida contestar a tu comentario. Me ha dejado muy contenta lo que me dices de que te gusta el retrato de la nueva vida de Esther. A mí también me parece muy interesante ver la evolución de la vida de un personaje cuando se enfrenta a un cambio tan drástico. Creo que es algo por lo que mucha gente pasa en un momento u otro (una ruptura, divorcio, la pérdida de una persona amanada, etc) y con lo que tiene que aprender a convivir casi de repente, cuando se encuentra con que su rutina se ha roto. Me parece bonito estar escribiendo la evolución de Esther en este sentido y espero, de corazón, que la espera sea bien merecida. Por el momento solo te puedo decir que estoy escribiendo la segunda parte con todo mi cariño. Ojalá os guste. Así lo deseo. Un abrazo muy fuerte y muchas gracias por haberme dado tu opinión.

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  6. Emma! Por amor a todo lo sagrado! No puedo expresar en palabras lo suficientemente buenas lo que tu libro me ha gustado. Que manera de narrar y empapanarnos en la trama. Espero fervientemente en un merecido segundo encuentro amoroso entre Lara y Esther (esto siempre me pasa cuando veo una pareja así de buena) Y de demás está decir que espero con ansia necesitada esta segunda parte. Calurosos abrazos desde Nicaragua!
    PD: Otro pequeño adelanto para disminuir la espera es muy bien recibido 🙂

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    • Hola, Danna. Bueno… ¿qué puedo decir? A mí este tipo de mensajes me sacan los colores, de verdad. Me encanta saber que has disfrutado tantísimo de Esther y Lara. Para mí son especiales, como todas las mujeres que nacen en mis libros, así que me llena de satisfacción poder compartirlas con vosotras. La segunda entrega está en camino. Ya falta muy poco. ¡Un abrazo!

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  7. Cuando terminé el primer libro, sentí que se me paró el corazón y seguía tratando de bajar más la página y no había más nada T___T. Necesito saber como sigue esos grandes cambios que hará la alcaldesa y como ella y Lara se terminarán de dar cuenta que no funcionan sin la otra y que todo está mal cuando no están juntas. Quiero leer que ese tipo de cambios valientes sí sirven y terminan bien :c . Bueno lo que sea que escribas estoy seguro que estará escrito impecablemente. Por favor, sigue sacando libros que no puedo parar de leer. Gracias.

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    • Lamento el susto al final del primer libro. Comprendo que es un final muy abierto, pero era necesario para dar pie a la siguiente entrega, que retoma la acción a partir de ese momento.

      Tienes mi promesa de que la continuación estará a la venta muy pronto. Ya estoy trabajando en los últimos retoques, y por tanto, no tardaré mucho en publicarla.

      Me alegro muchísimo de que te haya gustado tanto, Less. Un abrazo

      E.

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  8. Hola Emma, me encantó el primero aunque lo tuve que leer en ipad porque mi e-book no acepta el formato de amazon. Sabes si habría alguna manera de comprar el segundo y de poder leerlo en mi ebook?
    y…he leído por ahí que será la última entrega? no me hagas llorar…..

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    • Hola, Laura. Mi consejo es que lo compres en Amazon y lo transformes a otro formato utilizando un programa como Calibre o similar. Y si, es la última entrega, el libro no podía alargarse más 😦 Disculpa la tardanza en mi contestación, se me traspapelaron algunos comentarios. Espero llegar a tiempo! Un abrazo.

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  9. Excelente !! Quiero mas, soy de argentina y la unica manera de acceder es comprandolo por amazon, esta semana ya termino el segundo. Ojala haya mas historias atrapantes como estas, yo estoy empezando a escribir un libro pero todavia falta, no es nada sencillo, aca en buenos aires no hay editoriales de narrativa lesbica, espero recibirme pronto de editora y poder sacarlo al publico. Es todo muy complicado, pero por ahora me basta con leerte. Abrazo

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    • A ver si tengo tiempo para ponerme a acabar alguna historia que tengo por ahí a medio escribir. Seguro que sí. Muchas gracias y te deseo la mejor de las suertes si te lanzas a publicar lo que escribes. Realmente no hay nada que se le compare. Un abrazo!

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  10. Que le diga algo? solo dire que su libro fue mas de lo que espere. Por donde lo vea me atrapo. El.final algo apresurafo pero entiendo la intenciion. Gracias por entretenernos de tal forma no quisiera.saber todo lo.que pasa por su imaginacion señora Emma Mars para escribir este libro tan «Magico» Gracias desde Venezuela. BUEN TRABAJO!

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    • Hola, Vanesa. Antes de nada, muchísimas gracias por tomarte la molestia de dejarme un comentario. Me alegro mucho de que el libro haya sido de tu agrado y tal vez tengas razón en lo del final apresurado. En su momento, editándolo, no me lo pareció, pero a lo mejor al revisarlo con el tiempo me dé esa misma sensación de que todo pasa demasiado deprisa. Es probable. Aun con todo, me siento muy afortunada de que te haya agradado su lectura. Las mágicas sois vosotras, por acompañarme en estos viajes. ¡Un abrazo!

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  11. Si algo me ha dejado impresionada de politicamente incorrectas ha sido la cena con marisa…y clau y oli…ha sido un guiño que nos brindabas…una pequeña continuación de una historia que me enamoró…realmente impresionada con tu trabajo y ansiosa de seguir bebiendome las páginas de tus libros!

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    • Hola de nuevo, Tatus. Lamentablemente, no puedo ayudarte en lo que me pides, pues estoy en contra de la piratería de libros. Te rogaría que meditaras tú también acerca de estas descargas de las que me hablas. Soy consciente de que existen, pero hacen mucho daño a los autores y en cierta manera es una falta de respeto a su trabajo. Dicho esto, estoy segura de que si aún así deseas encontrarlo y descargarlo de manera ilegal, sabrás hacerlo sin problemas. Un abrazo.

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